Historias de mi vida – Mi amigo Mario

Cuando estaba en séptimo grado de primaria, con unos 12 años, una de las maestras nos dio unas clases sobre ecología. Me acuerdo que nos había comprado unos libros específicos del tema, y en mí se despertó «el espíritu ecologista«, típica adolescente que empieza a ser y hacer cosas por la naturaleza, pero tranqui que no fue mucho más allá. Hay algunos conceptos que recuerdo de esos tiempos, y aún lo hago en casa, como cortar las anillas de plástico en que vienen enganchadas los botes de refrescos, porque pueden producir importantes problemas en los animales. Por ejemplo, este pobre pato.2435381884_61712d0b73

Bueno, me estoy yendo por las ramas, porque lo que venía a contar hoy es la historia de mi amigo Mario.

Mi espíritu ecologista y deportivo, me dijo un día que tenía que ir a trabajar en bicicleta, que ya estaba bien de coche, y toda la historia que incluye: el tráfico, aparcar, recordar dónde he aparcado al salir del hospital, hacer algo de deporte, en fin… y ahí me compré mi bicicleta urbana amarilla.

Para probarla, y elegir cuál sería el camino más rápido para llegar al hospital donde trabajaba en ese momento, mi padre y yo nos fuimos un sábado por la tarde para conocer las diferentes rutas.

Comenzamos por la ruta más directa, avenidas, un tramo por el rio, luego más avenidas, cruzar las vías del tren por el puente… Valencia tiene un carril-bici super bueno, que se puede/debe aprovechar (ahí está aún mi espíritu ecologista)

Ya en el viejo cauce del río Turia, pasando por delante del parque del Gulliver (un espacio donde hay una escultura monumental de Gulliver, y donde los peques, y muchos adultos también, juegan a treparse y ser los liliputienses que han sujetado al Capitán), veo salir corriendo, por una de las rampas que dan acceso a la calle, a un niño pequeño de unos 5-6 años, me llama la atención de que iba solo, yo también tenía que subir por esa salida, así que arriba lo encontré. Observé que buscaba algo o a alguien, otro hombre que iba en bicicleta con dos pequeños le estaba hablando, y oí que preguntaba lo mismo que me preguntaba yo, y el niño respondió que se había perdido. Era un muñequito, rubio con unos ojazos color cielo.

parque gulliver

Me acerqué y el otro hombre me dijo que si me quedaba con el pequeño extraviado, él seguía su camino, y así fue. Algo dentro mío no me permitía dejarlo solo, evidentemente. Estaba algo asustado, nervioso pero mantenía la calma. Así que comenzamos a hablar, me presenté, él me contó que se llamaba Mario y que había ido a jugar con otros niños y sus tíos al parque, pero que se había perdido y que, como sabía que su abuelo vivía en «ese edificio de allí», su intención era regresar a casa de sus abuelos.  Lo que Mario, no llegaba a darse cuenta en ese momento (o sí), era que estaba delante de una avenida bastante transitada y que era muy peligroso cruzarla, además de que, no recordaba exactamente el número de casa de su familia. Mientras yo pensaba ¿qué hago ahora? empezamos una charla, Mario  estaba atento a ver si veía pasar alguna cara conocida, mantenía la distancia adecuada que hay que mantener con un desconocido, era muy educado.

Él creía que su familia se había ido, que ya no estaban en el parque, necesité ayudarlo a digerir ese momento, era una necesidad mía, automática, que expresara como se sentía, que no tuviera miedo de tener miedo, así que le pregunté si estaba asustado, «porque a mi me daría un poco de miedo perderme«, y me dijo que si. Ahí se me ocurrió, le pregunté si sabía el teléfono de alguien,  (¡qué sabia son las madres!) me contó que su mamá le había hecho aprender número móvil, por si alguna vez se perdía, así podría ubicarla. (el alivio llegó a mi también… aplausos para esa mamá). Así que ahí encontramos la luz, mientras esperábamos que la mamá de Mario cogiera el teléfono, justo en el primer tono de la llamada, lo llamaron a Mario por los altavoces del parque: su familia lo estaba buscando, (¡bien! ya me parecía extraña la historia que él se estaba imaginando). Cortamos la llamada y bajamos la rampa hacia el parque, aún lo notaba asustado y le pregunté si me quería dar la mano, hasta reencontrarse con su familia. Me dijo que si.

Una vez abajo, cerca de la puerta del parque, apareció corriendo una mujer, con el rostro mezcla de enfado, mezcla de susto… Mario me dijo que era su tía. Ella lo cogió de la mano y se lo llevó…No supe nada más de Mario, me alegré habérmelo encontrado…fue «la buena acción del día«… y algo aprendí… pensé que tenía que hacerles memorizar mi número de teléfono a mis hijos, por si alguna vez le pasaba algo parecido a ellos. Cogimos las bicis, nuevamente, y nos fuimos hasta mi trabajo. Regresamos por otra ruta, la que finalmente decidí tomar todas las mañanas.

Nunca más hice la ruta en la que conocí a Mario.

Creo que fue al otro día, domingo, en que derrepente, me suena el teléfono de un número desconocido. Era la mamá de Mario: «Hola Alejandra, soy Sandra, la mamá de Mario»… estuvimos hablando un ratito, porque ella luego se enteró de lo que había pasado y quería, no solo saber toda la historia, sino también agradecerme cómo había cuidado de su hijo. Estuvimos comentando la situación unos minutos, y ella no paraba de agradecerme lo que había hecho.

La verdad es que pensándolo bien, con las cosas que podrían ocurrir hoy en día, los peligros que hay en la calle para niños pequeños y solos…(eso mismo me dijo Sandra) en fin, mejor no quiero ni pensarlo.

La cuestión es que este encuentro casual, fue hace casi 3 años, Mario y su mamá, siguen haciéndome sentir «un ángel» con lo que pasó ese día. Me mandan mensajes preciosos para saludarme en las fiestas, en vacaciones, cada tanto un saludo de cómo estás… y por último cuando comenzó el confinamiento, un precioso dibujo de Mario, con un arco iris, deseo y recomendaciones.

A mí, Mario me hizo reconciliar con el mundo, recordar que existe gente muy buena en la tierra, y gente agradecida. Sus mensajes y deseos, sus «hola» cada tanto, me regalan una sensación de bienestar… de hacerme sentir especial y buena (cosa que a muchos nos cuesta a veces).

¿Porqué les cuento esta historia? por qué creo que es necesario compartir también las cosas bonitas que nos pasan, las cosas lindas que hacemos, y como son retribuidas también. Si te pasan cosas buenas, desde la bondad del ser humano, desde la esencia de cuidar al otro y acompañarlo en los momentos difíciles, quizás simplemente dandole la mano…hay que compartirlo. Y de esta manera regalar sonrisas del corazón.

El dibujo de portada es el último que me envió mi amigo, y como bien nos recomienda #stayathome – TODO VA A SALIR BIEN.

 

“Cambia el chip”

Las veces que he oído quejárse de ésta frase a mis pacientes, cuando son personas que tienen una ansiedad horrible, que te cuentan que ya no saben qué hacer con ella y que las personas más cercanas les dan consejos de éste tipo.

No, error. No es una cuestión de chip. Ojalá lo fuera!!! De ser así, ya habría una multinacional forrándose con su comercialización, no creen?

La ansiedad es un trastorno mental, (siempre pensé que la palabra trastorno es un poco horrible, por no decir del todo horrible).

El cerebro, es un órgano, como el corazón, como los riñones y el hígado. Y si no funciona bien, aparecen alteraciones funcionales, que pueden traducirse en trastornos de ansiedad, trastornos del humor, trastornos del comportamiento. Tanto como existen los trastornos hepáticos, trastornos del equilibrio hidroeléctrico a nivel renal, o un trastorno metabólico en el páncreas, pero el trastorno mental, es el que suena mal…

Si te enteras de que una persona tiene una hepatitis, le dirías ante su cuadro de falta de fuerzas, ante la inapetencia, ante las náuseas, ante la falta de ganas de hacer cosas, ante esa necesidad de reposo...»venga, cambia el chip, transforma en positivo todos los metabolitos del cuerpo, es una cuestión de cambio de actitud ante como enfrentas la vida y verás como todo cambia»... ¿sonaría lógico?

Pues exactamente lo mismo pasa cuando se padece un trastorno de ansiedad. No es cuestión de cambiar «el chip». Una persona con ansiedad se pasa gran parte del día (y la noche), con pensamientos de preocupación, de miedo, de malestar, esos pensamientos son productos fabricados por nuestro cerebro, nuestra mente. Una mente que ha enfermado y que no está funcionando adecuadamente para poder afrontar el día a día.

Y volviendo al ejemplo de la hepatitis, se necesita un tratamiento farmacológico, unas medidas conductuales de reposo, de dieta adecuada, de ejercicio limitado… pues sí, lo que ya estás pensando… lo mismo para la ansiedad, tratamiento adecuado tanto conductual, emocional, psicológico y/o farmacológico según la gravedad y afectación que le esté produciendo a ese ser humano que lo está pasando.

Cuando los cuadros de ansiedad se dejan estar, intentando, sin éxito, afrontarlo por su cuenta, suelen terminar tocando algo el ánimo y ahí la cosa empeora, porque a la ansiedad que no te deja vivir, se puede sumar una depresión que te quita las ganas de hacerlo.

Los trastornos por ansiedad (si, hay varios tipos, como las hepatitis) no se eligen, no se solucionan por ponerle «buena onda» a la vida, por ser más positivos… es un tratamiento más serio y tiene solución.

Yo sólo te explico esto, para que no caigas en la idea popular de decirle a alguien cuando se levanta todas las mañanas con ganas de vomitar, con miedo horrible a empezar el día, con temblores en su cuerpo, con momentos que hasta le falta el aire para respirar… que cambie el chip, por favor, no le digas eso.

¿Sabes qué si puedes decirle?

Que la ansiedad tiene tratamiento y que lo mejor que puede hacer es, pedir ayuda profesional (como si fuera a su médico si tuviera una hepatitis).

Junio! Divino tesoro…

¿Qué ya estamos en Junio?… pero si 2019 empezó la semana pasada!! Esto mismo me decía la semana pasada una compañera.

El tiempo pasa tan rápido a veces, (menos en los momentos en que lo estamos pasando mal, es cierto) pero es que es así, ya estamos en Junio, el sexto mes del año.

Entre muchas de las teorías del origen del nombre de este mes, se dice que es llamado así por estar dedicado a la juventud… y yo me pregunto ¿quién no lleva un joven dentro? Si es que a la mayoría, nos gusta sentirnos joviales, y esa sensación de decir…tengo «tantos» años, pero me siento de 25! Sentirse joven te ayuda a afrontar el día a día desde una perspectiva positiva muchas veces.

En este mes solemos estar más positivos, los días son más largos, el clima colabora a que nos encontremos más a gusto, con ganas de salir, disfrutamos más de hacer deporte, organizamos más quedadas con amigos y familiares, planificamos las vacaciones, nos cuidamos más… que sí… que ese es Junio!!

Llenar nuestra mente de buenos recuerdos, de sensaciones agradables, de emociones placenteras, que podemos experimentar este mes, es un buen consejo que te puedo dar. Aprovechar, al hacernos conscientes, de todo lo que podemos hacer, sentir y pensar. Ser consciente significa estar en el aquí y ahora, desde intentar oír el canto de los pájaros por la mañana mientras desayunas, antes de empezar tu rutina diaria; desde mirar el cielo en el atardecer y contemplar los diferentes colores «celestesazulados» que se van sucediendo hasta que sale la primer estrella; ser conscientes de esa caminata bajo la sombra de los árboles al mediodía, y sentir la diferencia de temperatura de estar bajo el rayo del sol y bajo sus frescas sombras; desde descubrir colores nuevos que aparecen en los caminos que atravieso casi a diario porque han salido flores nuevas; desde…

  • Llenar nuestra mente de buenos recuerdos, de sensaciones agradables, de emociones placenteras, que podemos experimentar este mes, es un buen consejo que te puedo dar.
  • El cerebro es un órgano, que necesita herramientas (recuerdos) para hacer frente a los momentos más complicados, porque de esa manera le es más fácil y útil gestionar situaciones desagradables, tristes e incluso peligrosas que podemos atravesar. Esta es una de las razones por las cuales creo importante cultivar esos pequeños momentos, que son sencillos, accesibles, bonitos y gratis!

    Es una nueva oportunidad de cuidarnos, de utilizar herramientas mentales y emocionales y el día de mañana, desde el momento en que estemos, recurrir a ellas y sentir que estamos en Junio…(incluso en la «vuelta al cole»).

    • Nota: Para los que viven en el hemisferio sur…convertir Junio en Diciembre.
    By Alelí

    Contigo en la distancia

    Cuando uno se propone un cambio, no sólo uno tiene que cambiar. Muchos componentes de nuestro contexto, deben hacerlo también. Muchas cosas que hasta ese momento eran importantes, tienen que cambiar.

    Cuando una persona, sabiamente, decide salir del mundo del consumo, dejar de intoxicarse con una sustancia para evadirse de la realidad, no solo tiene que cambiar esa conducta; también tiene que cambiar de ambientes, de rutinas y muchas veces, de amistades. Y cuando hablamos de esos temas, cuesta tomar esa decisión. Parece imposible dejar de mantener esos vínculos. Aparecen sensaciones de soledad, de engaño, de fracaso. Surgen sentimientos de incomprensión, de impotencia.

    Por eso, hay que recordar siempre: no perder de vista el objetivo, no perder de vista la meta.

    En esta nueva etapa de sanarse, hay cosas que uno va a tener que dejar en el camino, en el pasado (a menos que esas personas también quieran sumarse al nuevo estilo de vida sano) y si, cuesta mucho, duele bastante. Pero vale la pena.

    Hace tiempo leí esta cita, no sé dónde ni de quien, aquí la comparto: «Por lo mismo que quien ha cambiado eres tú y no los demás, a veces es conveniente cambiar de círculo de amigos cuando estos no te llevan a ser mejor persona y a alcanzar los ideales que ahora persigues. No se trata de cortar tajantemente tus amistades sino de saber tomar distancia ante aquellas que no te llevan a crecer en la meta que ahora sigues»…