Sinceramente no recuerdo mi adolescencia como algo traumático, no me reconozco como la rebelde del grupo ni la que provocaba dolores de cabeza a mis padres (¿aunque eso habría que preguntarles a ellos en realidad?)
Recuerdo esas primeras salidas con mi grupo de amigas, esos lunes en el colegio en que ya estábamos pensando qué íbamos a hacer el sábado, qué nos íbamos a poner para ir a la discoteca, las preocupaciones por lo exámenes y las entregas de trabajos prácticos. Esas primeras veces en que empezaba a ver el mundo adulto de otra manera, con algo de crítica y sensación de hipocresía. Por momentos me sentía sola, e incomprendida. Esas primeras luchas contra un cuerpo que no me gustaba y que me costaba aceptar, había tantos cambios.
La adolescencia es esa edad, en que buscamos nuestra identidad, sin saberlo.
Nuestro cerebro, nuestra mente, todos los órganos y hormonas se ponen en marcha para el cambio del mundo infantil al mundo adulto. Es una crisis vital, cambian los conceptos, la forma de percibir el mundo, aparece la capacidad de crítica, la sensación de «a mi no me va a pasar nunca nada«. Aparece la capacidad de pensar lo que es a lo que podría ser. Es por todo esto que los adolescentes son como son.
Necesitan ser así para que ese cambio de paradigma mental progrese sanamente hacía la nueva etapa. Necesitan discutir por casi todo, porque necesitan demostrar que ya no son niños pequeños que «hacen caso a mamá y a papá», y a pesar de todo esto, los miran. Nunca dejan de mirar a sus padres, nunca.
Necesitan saber que en casa hay tranquilidad, la tranquilidad que puede haber en la casa de una familia con adolescentes, necesitan saber que cualquier cosa que pase, su familia ahí va a estar, por más que con sus comportamientos o con sus palabras digan lo contrario.
Lo que nos puede acercar a ellos es una buena y sana comunicación, el control nos aleja.
Ese control intrometido, que no permite movimiento ni decisión propia, en ese tipo de control germina la semilla del conflicto. Hay que interesarse por dónde están, con quién están, adónde van…pero desde la comunicación, desde un interés sano por sus vidas, otorgándoles poco a poco la capacidad de elegir, y de equivocarse. Enseñándoles a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos, y no esperar que ellos mismos saquen las conclusiones.
La adolescencia, es una etapa de tantos cambios, tantas sensaciones y emociones contradictorias. Saber que se cuenta con unos padres que se preocupan por ellos, que los intentan entender, que les permiten expresarse, que les ponen limites y les toleran sus momentos de inestabilidad les hace bien.
Aquí les dejo un libro que da estrategias y herramientas para mejorar la comunicación con los hijos e hijas adolescentes: «cómo hablar para que los adolescentes escuchen y cómo escuchar para que los adolescentes hablen». De Adele Faber y Elaine Mazlish
¿Y vuestra experiencia con adolescentes como es? ¿Tienen adolescentes en casa?
Me encantaría leer vuestras experiencias.
Hasta la próxima!